domingo, 13 de junio de 2010

DE LA GUERRA (III)


6. La Guerra nunca es un acto aislado
Recordando el primer punto, ninguno de los dos oponentes es un ente abstracto del otro, ni aún recordando que el factor suma de resistencias no dependa de cosas objetivas, esto es, la voluntad. La voluntad no es una cantidad enteramente incuantificable; conociéndola hoy, indica como deberá ser mañana. La guerra no surge espontáneamente ni se esparrama instantáneamente; cada uno de los oponentes forma opinión del otro, en gran medida por saber quien es y lo que hace, en lugar de juzgarlo, estrictamente hablando, por lo que será o hará. Pero, en este momento, el hombre con su organización incompleta está por debajo de la línea de absoluta perfección y, por lo tanto, esas deficiencias influyen en ambos lados y modifican sus principios.
7. No consiste en un decisivo y mortal golpe
El segundo punto da lugar a las siguientes consideraciones:
Si la Guerra termina como consecuencia de una solución o de varias y simultaneas soluciones, toda preparación para su ocurrencia debe haber tendido naturalmente al extremo para que ninguna falla pudiese ser reparada. Del mismo modo, el mundo real nos ofrece un guía para hacernos entender que la preparación del enemigo se hace tan prevente como la nuestra. Cualquier otro pensamiento cae en el campo de la abstracción.
Toda Guerra se resolvería en si misma, en una solución o en la suma simultanea de resultados, si toda la suma de medios exigidos para la lucha se empleasen o pudieran emplearse de una vez. Como un resultado adverso disminuye necesariamente los medios de combate, es de suponer que si todos son aplicados en el primero asalto no habrá condición para imaginar la existencia de un segundo. Todo acto hostil que tiene continuidad pertenece esencialmente al primer acto y, en realidad, solo se distingue por su duración.
Pero ya hemos visto que en la planificación de los pasos para una guerra real, en su estado conceptual meramente abstracto y bajo influencia de mutua reacción, los medios de guerra previstos en la hipótesis de un momento extremado siempre son mantenido por debajo del máximo esfuerzo posible, de tal forma que la máxima fuerza no sea utilizada toda de una vez.
Esto se fundamenta en la naturaleza del poder y su aplicación, pues las fuerzas (ejército, el país con su población, extensión territorial y los posibles aliados) no pueden ser conducidas al combate todas al mismo tiempo.
De hecho, el país con su población, además de constituir fuente de toda y cualquier fuerza militar, es en sí misma parte integral de los medios empleados en la guerra y proveen recursos, ya sea en el palco de batalla o en las condiciones morales que habrán de ejercer extraordinaria influencia en los resultados.
Es posible dejar que todas las fuerzas militares de un país combatan al mismo tiempo, pero no en todas las fortalezas, en todos los ríos, en todas las montañas y en todos los lugares que exista población para defenderla. En definitiva, no en todo el país, a menos que sea tan pequeño que pueda ser abordado por el primer acto de guerra. Por otro lado, la cooperación de los aliados no depende de la voluntad de los beligerantes, ni de la relación política de los Estados entre sí, pues en muchas situaciones el apoyo cesa después de iniciada la guerra o aumenta con el fin de conseguir cierto equilibrio entre los poderes.
En muchos casos, toda la resistencia que se puede poner en actividad es mucho mayor de lo que se supone, y que a menudo restaura el equilibrio de poder, gravemente afectado en el primer ataque. Por ahora es suficiente mostrar que usar toda la fuerza disponible en una determinada batalla está en contradicción con la naturaleza de la guerra.
Lo dicho no aporta ningún elemento para relajarse en el esfuerzo de juntar fuerzas y vencer el primer combate. No obstante, debido a algún problema que no sea favorable, no es conveniente exponerse deliberadamente al fracaso del primer momento y someterse a consecuencias desagradables en momentos subsecuentes. 
La posibilidad de obtener más tarde resultados mejores lleva el hombre a refugiarse en esta expectativa debido a la preocupación por la realización de esfuerzos excesivos. Por tanto, las fuerzas no se concentran y no se adoptan medidas enérgicas para decisión en un primer combate. Cualquier beligerante que omita su debilidad proporciona al otro un terreno ideal para el objetivo de limitar sus propios esfuerzos y, por tanto, una vez más, y por acción recíproca, las acciones en escalas limitadas son conducidas con esfuerzo por debajo de sus posibilidades.   
8. El resultado nunca es absoluto
El resultado de una Guerra no debe considerarse en si mismo un resultado final. El Estado conquistado frecuentemente ve en ella un mal paso, que puede ser corregido algunas veces por medio de combinaciones políticas capaces de modificar el grado de tensión y otorgar vigor para que se pueda reanudar en momento más apropiado.

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