viernes, 11 de junio de 2010

DE LA GUERRA (II)

4. Meta: desarmar el enemigo
Realmente hemos dicho que el objetivo de la acción de guerra es desarmar al enemigo. Ahora vamos mostrar que, al menos en teoría, es necesario.
Si queremos que nuestro oponente se subordine a nuestra autoridad debemos postrarlo en una situación que le sea más penosa que el sacrificio de prestarnos obediencia. Naturalmente, la desventaja de esta posición no debe ser transitoria, por lo menos en apariencia, de lo contrario el enemigo, en vez de rendirse, buscará la posibilidad de encontrar un cambio a su incómoda posición. Cada cambio de posición que es producida por continuidad de la guerra deberá ser para peor, por lo menos en idea. La peor posición que un beligerante puede tener en situación de guerra es su pleno desarme. Si por tanto el enemigo es reducido a sumisión por un acto de guerra, deberá  ser positivamente desarmado y puesto en estado de considerar una amenaza mayor cualquier otra posibilidad. De esto se deduce que el desarme o derrocamiento del enemigo, o como queramos llamarlo, deberá ser siempre el objetivo de la guerra. Ahora bien, guerra es siempre el choque de dos cuerpos hostiles en colisión; no es la acción de un poder vivo sobre una masa inerte porque en un estado de absoluta resistencia no habrá guerra. Por lo tanto, lo que queremos decir es que el objetivo de guerra se aplica a ambas partes. Aquí tenemos, pues, otro caso de acción recíproca. Siempre que no consigamos derrotar el enemigo debemos pensar que él podrá derrotarnos y entonces dictará las leyes que quisimos imponerle. Esta es la segunda acción recíproca y conduce a una segunda acción extrema (segunda acción recíproca)
5. Cambios sobre el campo
Razonando en abstracto, la mente no consigue parar en un extremo, justamente porque tiene que pensar en ese extremo y superarlo por un conflicto entre sus propias fuerzas y obediencia a sus sentimientos internos. Si de la concepción pura de una guerra quisiéramos deducir un punto en auxilio de medios que queremos aplicar y el objetivo propuesto, la constante de acción recíproca nos elevaría a extremos imperceptibles pero repletos de nuevas ideas transportadas continuamente por un tren de sutilezas. Si adherimos a lo absoluto, debemos evitar la dificultad que el choque de la pluma pueda causar e insistir en el rigor lógico de que la acción extrema continuará siendo el objetivo y un mayor esfuerzo deberá ser realizado en aquella dirección y, tal como el trazo de una pluma sobre un simple papel, su ley será adaptada a la vida real. 
Aún suponiendo que la extrema tensión entre fuerzas fuera un dato absoluto que pudiera ser fácilmente determinado, mismo así debemos admitir que la mente humana la sometería así mismo como una especie de quimera. En muchos casos aparecerá un despilfarro innecesario de poder que podrá estar en oposición con otros principios de estrategia, un esfuerzo desproporcional de la voluntad en dirección del objetivo y que sería imposible de ser realizado por el deseo humano que no deriva su impulso de sutilezas lógicas.
Pero todos los pensamientos toman una forma diferente cuando pasan de lo imaginado a la realidad. En la forma todas las cosas están sujetas al optimismo y debemos imaginar que ambos lados lucharán por la perfección, incluso después de alcanzarla. ¿Esto es posible en la realidad? Lo será si:
1 La Guerra se convierte en un acto aislado que surge de repente y no tiene conexión con la historia anterior de los estados.
2 Si la Guerra se limita a una única solución o a varias y simultaneas soluciones.
3 Si dentro de sí contiene la solución completa y perfecta, libre de cualquier reacción contra ella por expectativa de un previo cálculo político de la situación que de ella se derive.

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