martes, 15 de junio de 2010

DE LA GUERRA (IV)

10 La vida real adopta en sus probabilidades el lugar de la concepción del extremo absoluto
De este modo, todo acto de guerra se aleja de los rigores de la ley. Si un acto extremado de guerra no puede ser contenido, se permite que el juicio determine los límites del esfuerzo necesario al acto bélico, y esto solo puede ser hecho fundamentado en datos retirados del mundo real con base en las leyes de la probabilidad. Debido a que los beligerantes ya no son meros conceptos y sí estados individuales y gobiernos, debido a que la guerra no es un  ideal y si un procedimiento radical y definitivo, la realidad proporciona los datos para calcular la cantidad desconocida de esfuerzo necesario a la contienda.
Analizando la situación del adversario, su carácter, medidas y las relaciones que lo rodean, cada lado establecerá conclusiones, con base en la probabilidad hará un esbozo del otro lado y actuará en consecuencia.
11 Surgimiento del objetivo político
Una pregunta que habíamos dejado para más tarde surge ahora por si misma y trata del objeto político de la guerra. La ley del extremo, el punto de vista para desarmar el adversario y como someterlo, ha dominado hasta ahora el lugar del objetivo o finalidad de la guerra. Cuando la ley del terror extremo pierde su fuerza, el objeto político se pone de manifiesto. Si todas las consideraciones son cálculos de probabilidad basadas en determinadas personas y relaciones, entonces, el objeto político, constituyendo el motivo original, pasa a ser el principal factor de toda negociación. Cuanto menor sea el sacrificio que queremos imponer a nuestro oponente, menor serán los medios de resistencia que él empleará. Y cuanto menos sean los medios, menos será el esfuerzo requerido. También, cuanto más pequeño sea nuestro objetivo, menor será su valor y con mayor facilidad estaremos propensos a abandonarlo.
Por tanto, el objeto político, como motivo original de la Guerra, será la base para determinar todo el complejo militar y todo el esfuerzo que habrá de aplicarse. No ocurre por si mismo, pero ocurre en función de los estados beligerantes, debido a que ellos se preocupan con realidades y no con abstracciones. Un único e idéntico objetivo político puede producir efectos totalmente diferentes entre diferentes personas, y también entre las mismas personas en diferentes momentos. Consecuentemente, solo podemos admitir el objeto político como unidad de medida si consideramos su naturaleza y los efectos sobre los elementos en que se mueve. Es relativamente fácil verificar que el resultado puede ser muy diferente en acuerdo a los elementos que lo animan y el vigor espiritual que ponen de manifiesto los actores entre sí. Es muy probable que, debido a la pasión existente entre dos estados, un motivo insignificante para la guerra pueda producir consecuencias totalmente desproporcionadas y con contenido altamente explosivo.
Esto se aplica al esfuerzo que habrán de realizar los estados en su objetivo político para que la acción militar cese en si misma. A veces el esfuerzo puede ser un objetivo intermediario como, por ejemplo, la conquista de una provincia. Otras veces, el objeto político en sí mismo no es adecuado al objetivo de una acción militar. En tales casos, cada lado deberá escoger la alternativa más adecuada al objetivo final y mantener en relente la conclusión de la paz. Pero, también en esto, la debida atención al peculiar carácter de los estados habrá que conjeturarlo siempre. Existen circunstancias en que la alternativa de guerra sobrepasa el objetivo político con el fin de asegurarlo. El objeto político deberá sobreponerse a la altura del objetivo militar para tener más influencia en si mismo. Cuanto más indiferentes sean los medios de guerra y menor sea el sentimiento de mutua hostilidad entre los estados, en muchas ocasiones el objeto político acaba siendo decisivo.   
Si el objetivo de una acción militar es un equivalente del objeto político, tal acción militar será disminuida si reducimos el objetivo político, y este, en mayor grado, dominará aquel. Y como hemos explicado, sin que haya contradicción en la explicación, pueden existir guerras de todos los tipos en los más variados grados de importancia y violencia, con un simple ejército de observación hasta una guerra de exterminio. Esto, no obstante, nos lleva a otra pregunta que habremos de desarrollar y responder.

domingo, 13 de junio de 2010

DE LA GUERRA (III)


6. La Guerra nunca es un acto aislado
Recordando el primer punto, ninguno de los dos oponentes es un ente abstracto del otro, ni aún recordando que el factor suma de resistencias no dependa de cosas objetivas, esto es, la voluntad. La voluntad no es una cantidad enteramente incuantificable; conociéndola hoy, indica como deberá ser mañana. La guerra no surge espontáneamente ni se esparrama instantáneamente; cada uno de los oponentes forma opinión del otro, en gran medida por saber quien es y lo que hace, en lugar de juzgarlo, estrictamente hablando, por lo que será o hará. Pero, en este momento, el hombre con su organización incompleta está por debajo de la línea de absoluta perfección y, por lo tanto, esas deficiencias influyen en ambos lados y modifican sus principios.
7. No consiste en un decisivo y mortal golpe
El segundo punto da lugar a las siguientes consideraciones:
Si la Guerra termina como consecuencia de una solución o de varias y simultaneas soluciones, toda preparación para su ocurrencia debe haber tendido naturalmente al extremo para que ninguna falla pudiese ser reparada. Del mismo modo, el mundo real nos ofrece un guía para hacernos entender que la preparación del enemigo se hace tan prevente como la nuestra. Cualquier otro pensamiento cae en el campo de la abstracción.
Toda Guerra se resolvería en si misma, en una solución o en la suma simultanea de resultados, si toda la suma de medios exigidos para la lucha se empleasen o pudieran emplearse de una vez. Como un resultado adverso disminuye necesariamente los medios de combate, es de suponer que si todos son aplicados en el primero asalto no habrá condición para imaginar la existencia de un segundo. Todo acto hostil que tiene continuidad pertenece esencialmente al primer acto y, en realidad, solo se distingue por su duración.
Pero ya hemos visto que en la planificación de los pasos para una guerra real, en su estado conceptual meramente abstracto y bajo influencia de mutua reacción, los medios de guerra previstos en la hipótesis de un momento extremado siempre son mantenido por debajo del máximo esfuerzo posible, de tal forma que la máxima fuerza no sea utilizada toda de una vez.
Esto se fundamenta en la naturaleza del poder y su aplicación, pues las fuerzas (ejército, el país con su población, extensión territorial y los posibles aliados) no pueden ser conducidas al combate todas al mismo tiempo.
De hecho, el país con su población, además de constituir fuente de toda y cualquier fuerza militar, es en sí misma parte integral de los medios empleados en la guerra y proveen recursos, ya sea en el palco de batalla o en las condiciones morales que habrán de ejercer extraordinaria influencia en los resultados.
Es posible dejar que todas las fuerzas militares de un país combatan al mismo tiempo, pero no en todas las fortalezas, en todos los ríos, en todas las montañas y en todos los lugares que exista población para defenderla. En definitiva, no en todo el país, a menos que sea tan pequeño que pueda ser abordado por el primer acto de guerra. Por otro lado, la cooperación de los aliados no depende de la voluntad de los beligerantes, ni de la relación política de los Estados entre sí, pues en muchas situaciones el apoyo cesa después de iniciada la guerra o aumenta con el fin de conseguir cierto equilibrio entre los poderes.
En muchos casos, toda la resistencia que se puede poner en actividad es mucho mayor de lo que se supone, y que a menudo restaura el equilibrio de poder, gravemente afectado en el primer ataque. Por ahora es suficiente mostrar que usar toda la fuerza disponible en una determinada batalla está en contradicción con la naturaleza de la guerra.
Lo dicho no aporta ningún elemento para relajarse en el esfuerzo de juntar fuerzas y vencer el primer combate. No obstante, debido a algún problema que no sea favorable, no es conveniente exponerse deliberadamente al fracaso del primer momento y someterse a consecuencias desagradables en momentos subsecuentes. 
La posibilidad de obtener más tarde resultados mejores lleva el hombre a refugiarse en esta expectativa debido a la preocupación por la realización de esfuerzos excesivos. Por tanto, las fuerzas no se concentran y no se adoptan medidas enérgicas para decisión en un primer combate. Cualquier beligerante que omita su debilidad proporciona al otro un terreno ideal para el objetivo de limitar sus propios esfuerzos y, por tanto, una vez más, y por acción recíproca, las acciones en escalas limitadas son conducidas con esfuerzo por debajo de sus posibilidades.   
8. El resultado nunca es absoluto
El resultado de una Guerra no debe considerarse en si mismo un resultado final. El Estado conquistado frecuentemente ve en ella un mal paso, que puede ser corregido algunas veces por medio de combinaciones políticas capaces de modificar el grado de tensión y otorgar vigor para que se pueda reanudar en momento más apropiado.

viernes, 11 de junio de 2010

DE LA GUERRA (II)

4. Meta: desarmar el enemigo
Realmente hemos dicho que el objetivo de la acción de guerra es desarmar al enemigo. Ahora vamos mostrar que, al menos en teoría, es necesario.
Si queremos que nuestro oponente se subordine a nuestra autoridad debemos postrarlo en una situación que le sea más penosa que el sacrificio de prestarnos obediencia. Naturalmente, la desventaja de esta posición no debe ser transitoria, por lo menos en apariencia, de lo contrario el enemigo, en vez de rendirse, buscará la posibilidad de encontrar un cambio a su incómoda posición. Cada cambio de posición que es producida por continuidad de la guerra deberá ser para peor, por lo menos en idea. La peor posición que un beligerante puede tener en situación de guerra es su pleno desarme. Si por tanto el enemigo es reducido a sumisión por un acto de guerra, deberá  ser positivamente desarmado y puesto en estado de considerar una amenaza mayor cualquier otra posibilidad. De esto se deduce que el desarme o derrocamiento del enemigo, o como queramos llamarlo, deberá ser siempre el objetivo de la guerra. Ahora bien, guerra es siempre el choque de dos cuerpos hostiles en colisión; no es la acción de un poder vivo sobre una masa inerte porque en un estado de absoluta resistencia no habrá guerra. Por lo tanto, lo que queremos decir es que el objetivo de guerra se aplica a ambas partes. Aquí tenemos, pues, otro caso de acción recíproca. Siempre que no consigamos derrotar el enemigo debemos pensar que él podrá derrotarnos y entonces dictará las leyes que quisimos imponerle. Esta es la segunda acción recíproca y conduce a una segunda acción extrema (segunda acción recíproca)
5. Cambios sobre el campo
Razonando en abstracto, la mente no consigue parar en un extremo, justamente porque tiene que pensar en ese extremo y superarlo por un conflicto entre sus propias fuerzas y obediencia a sus sentimientos internos. Si de la concepción pura de una guerra quisiéramos deducir un punto en auxilio de medios que queremos aplicar y el objetivo propuesto, la constante de acción recíproca nos elevaría a extremos imperceptibles pero repletos de nuevas ideas transportadas continuamente por un tren de sutilezas. Si adherimos a lo absoluto, debemos evitar la dificultad que el choque de la pluma pueda causar e insistir en el rigor lógico de que la acción extrema continuará siendo el objetivo y un mayor esfuerzo deberá ser realizado en aquella dirección y, tal como el trazo de una pluma sobre un simple papel, su ley será adaptada a la vida real. 
Aún suponiendo que la extrema tensión entre fuerzas fuera un dato absoluto que pudiera ser fácilmente determinado, mismo así debemos admitir que la mente humana la sometería así mismo como una especie de quimera. En muchos casos aparecerá un despilfarro innecesario de poder que podrá estar en oposición con otros principios de estrategia, un esfuerzo desproporcional de la voluntad en dirección del objetivo y que sería imposible de ser realizado por el deseo humano que no deriva su impulso de sutilezas lógicas.
Pero todos los pensamientos toman una forma diferente cuando pasan de lo imaginado a la realidad. En la forma todas las cosas están sujetas al optimismo y debemos imaginar que ambos lados lucharán por la perfección, incluso después de alcanzarla. ¿Esto es posible en la realidad? Lo será si:
1 La Guerra se convierte en un acto aislado que surge de repente y no tiene conexión con la historia anterior de los estados.
2 Si la Guerra se limita a una única solución o a varias y simultaneas soluciones.
3 Si dentro de sí contiene la solución completa y perfecta, libre de cualquier reacción contra ella por expectativa de un previo cálculo político de la situación que de ella se derive.

jueves, 10 de junio de 2010

DE LA GUERRA (I)

Libro I – Sobre la naturaleza de la guerra
Traducción libre de GALOREGO
Capítulo I
¿Que es la guerra?
1. Introducción
La propuesta es examinar inicialmente los elementos básicos del tema. A seguir, estudiamos cada parte o rama y, por ultimo, su totalidad, en todas sus relaciones – avanzando así desde lo más simple hasta lo más complejo. No obstante será necesario iniciar dando antes un vistazo a la naturaleza del todo, porque es particularmente necesario que, en consideración de cualquiera de las partes, el todo debemos mantenerlo constantemente bajo el dominio de nuestra mirada.
2. Definición.
No usaremos cualquiera de las obtusas definiciones de Guerra utilizadas por publicistas. Conservaremos la esencia del objeto en si mismo como un duelo. Guerra no es otra cosa sino un duelo en escala gigante. Si pudiéramos concebir como unidad el incontable número de duelos que componen la guerra, lo haríamos mejor por suponer a nosotros mismos como luchadores. Cada uno se esforzaría por someter el adversario al arbitrio de nuestra voluntad: primero lo envolvemos y , a seguir, le hacemos ver que será incapaz de ofrecer resistencia.
Por tanto, Guerra es un acto de violencia practicado con el objetivo de conducir el oponente a los dominios de nuestra voluntad.
La violencia se arma a si misma con inventos del Arte y la Ciencia con el fin de luchar contra la violencia. Restricciones autoimpuestas, la mayoría imperceptibles o poco mencionadas, en condición de ley internacional integran el concepto de violencia sin retirarle poder.
 3. Uso de la fuerza
Filántropos pueden fácilmente imaginar que existan medios habilidosos de desarmar y prender el enemigo sin causar derramamiento de sangre y que esta es la tendencia notable del arte de la guerra. No obstante, por muy meritoso que esto parezca, es un equívoco que debe ser eliminado, pues en acciones tan peligrosas como la guerra los errores que proceden de un espíritu de benevolencia suelen ser los peores. Con el uso del poder físico en su máxima extensión por medios que excluyen el uso de la inteligencia se concluye que aquel que usa la fuerza indiscriminadamente, sin preocuparse con el derramamiento de sangre, debe obtener superioridad sobre el adversario si este no combate en la misma medida. Por tales medios, el que combate con violencia dicta la forma de guerra a su enemigo y ambos radicalizan el combate teniendo como limite las armas que cada lado dispone en el instante de la lucha.
Este es el modo por el cual la materia debe ser vista. Los detalles relatados en minucias excita la repugnancia, luego no tienen ningún propósito, aún actuando contra el propio interés, seguir adelante en la real naturaleza del asunto.
Si la Guerra entre pueblos civilizados es menos cruel y destructiva que la Guerra entre salvajes esto se debe a la condición social de los Estados y al tipo de relación que entre sí mantienen. En determinadas condiciones sociales la guerra se plantea y puede ser sometida a algunas condiciones por las que será controlada y modificada. Pero estos acuerdos no pertenecen a la guerra en si misma, son solamente condiciones establecidas e introducirlas en la filosofía de la guerra como principio de moderación podrá significar un verdadero absurdo.
La lucha entre hombres se obtiene por medio de dos diferentes elementos: sentimiento de hostilidad y visión hostil. En nuestra definición de guerra escogemos el segundo elemento porque es el más generalizado. Es imposible concebir pasión de actos tan salvajes bordeando la naturaleza del puro instinto si no se le añade la idea de intención hostil. Por otro lado, la intención hostil debe siempre existir sin que necesariamente venga acompañada en algunos o en todos los eventos de guerra por un sentimiento extremo de hostilidad para con el enemigo y verlo como teniendo hostilidad para el primero. Entre salvajes la visión hostil emana del sentimiento que precede un acto de guerra. Entre naciones civilizadas la visión hostil predomina por causa de desentendimientos que no son consecuencia de un estado de barbarie sino de un estado cultural entre ellos, asistida por instituciones que increpan bajo determinadas circunstancias que, aunque no se encuentren en todos los casos, prevalecen en la mayoría de ellos. En resumen, también las naciones más civilizadas  pueden guerrear entre sí con pasional odio.
Vimos como puede ser falaz referirse a la Guerra entre naciones civilizadas y considerarla como un acto inteligente de sus gobiernos e imaginarlos como se fríen en el fuego de lucha con todo el sentimiento de la pasión requerida si no fuese necesario el uso de armas de combate y el odio pudiese ser resuelto con una simple cuenta algébrica.
La teoría caminaba en esta dirección hasta que los resultados de la última guerra enseñaran respuesta mejor. Siendo la guerra un acto de fuerza, a ella pertenece necesariamente todo el sentimiento hostil. Si la guerra no tiene origen en el sentimiento hostil, ella reacciona más o menos delante de este sentimiento y no depende del grado más o menos de civilización y sí de la importancia y duración de los intereses envueltos en el estado de guerra.   
No obstante, si encontremos naciones civilizadas que no matan sus prisioneros y no destruyen campos y ciudades, es por causa de que su inteligencia ejercita gran influencia en los modos de conducir la guerra y han aprendido medios más eficaces de aplicar fuerza que por la rudeza de un mero instinto. El descubrimiento de la pólvora y la invención de armas de fuego son pruebas suficientes de que el objetivo de destruir al adversario está presente en la toda concepción de guerra y no ha sido cambiado o modificado a través del progreso y de la civilización.
Por lo tanto, repetimos la sentencia de que Guerra es un acto de violencia y que no conoce límites en su aplicación. Cuando uno dicta obligaciones al otro, en ese momento se plantea un tipo de acción recíproca que los lleva a un estado extremo de violencia. Es esta primera acción recíproca, en su estado de máxima violencia, el objetivo de nuestro estudio.
Tema: Clausewitz

domingo, 6 de junio de 2010

MODELOS DE ESPERANZA



He aquí un gráfico muy interesante que yo me he permitido surrupiar (afanar, furtar) de mi venerado amigo Paul Krugman. Por donde quiera que se mire, España se muestra en mejor condición económica que la presentada por el Reino Unido o los EEUU. El déficit español como porcentaje del producto interior bruto está abajo del mostrado por los dos campeones del capitalismo financiero. Proporcionalmente, la deuda española tiene un largo camino para alcanzar la deuda relativa al PIB declarado por Grecia e Italia. Luego, la economía vista por tan sinérgico foco parece sonreír a nuestro tristiño Zapatero. ¿En virtud de qué el señor Rajoy le da tanta lata y se muestra tan insolidario en el parlamento de España?
 Comemos en el mismo rancho de la moneda que da brío a la Europa de Carlos Magno y a la que Felipe II no supo unir. Si el estómago español sufre úlcera, la cabeza alemana sufrirá los dolores que emanen de tan profunda llaga y, por el riego de la arteria que llega a los pies, la bota italiana se verá impedida de marchar hacia la economía del bienestar. Pobre Grecia, pobre Portugal, pobre Irlanda, la de Breogan, y ahora también Hungría, la de Budapest.
Política fiscal, política monetaria y política restrictiva de gastos es el conjunto de medidas adoptadas por el primer de España para solventar el problema de la deuda. Por la política fiscal se pretende arrancar dinero del pueblo y dejarlo a disposición del creedor en el momento oportuno, y así bajará la deuda. Reduciendo el sueldo del sector público habrá menos dinero para gastar y el PIB bajará como consecuencia de un descenso de la actividad económica. Porcentualmente estaremos en el mismo lugar  pero en un plano inferior de producción y bienestar. Hemos perdido autonomía en asuntos de política monetaria y por tanto estamos impedidos de pagar cuentas con emisión de moneda, no obstante, el euro va perdiendo fuerza en relación a otras monedas, que también se devalúan y esto nos ayudará a vender más  cantidad  de bienes por el mismo dinero. Y esto significa que habrá necesidad de más trabajo para recuperar el PIB perdido por efecto de la crisis. ¡Y ya está! Todo resuelto y a volar a caballo de los modelos polikrugmáticos con asas agitadas por el principio de Tinkerbell.
Bueno, un final feliz sería predecible si no fuera o fuese un tal de Ratex.
¿Y saben ustedes quien es ese tal de Ratex?
 Ratex es anagrama de Rational expectations, expectativa racional asumida en el comportamiento de algunos modelos macroeconómicos que llevan en consideración lo que piensan sobre el futuro económico la masa obrera, las empresas y el mercado consumidor.
Ratex es esencial en la formulación de macromodelos estructurados en los fundamentos de la microeconomía y también en las razones que dan suporte a la economía keynesiana. Por ejemplo, las negociaciones con la fuerza sindical vendrán rebozadas con emocionantes expectativas sobre el futuro, todas muy bien racionalizadas con churumbeles de interés irracional y bien disfrazado con motivación nacionalmente divina y así encorajar el deseo mundano.
El gran problema radica en que la verdad de las teorías humanas, aun las mejores y con aceptación generalizada, no pueden ser testimoniadas por medio de pruebas, y cualquiera que quiera probarlas será por medio de amuestras falsas de la realidad futura. La inducción viene en auxilio de esta tesis y se apoya en la experiencia para determinar como será el futuro y asegurarnos que si así ha sido ayer, así podrá ser mañana. Que hoy la vida sea diferente para 20 porciento de la fuerza desempleada en este país es un mero detalle de desvío temporal a corroborar la inercia del destino por caminos ignorados. Esto es, del gráfico de Krugman, aunque mucho se diga, poco se aclara. De la misma forma, Rajoy pidiendo que demita Zapatero poco o nada ayuda en los modelos de esperanza para los problemas de España.

sábado, 17 de abril de 2010

GLORIA A LOS PAPELES

“Pues si tuviera un hijo y quisiera ser marinero, yo no le diría que lo fuere, aunque sea una profesión digna y nítidamente gallega”. He aquí una respuesta tipo a la rosa, repleta de jugo con pensamiento peyorativo y rebosante de huevo. ¿Y si el hijo quisiera ser percebero y exponer su vida en los acantilados de la muerte? ¿Y si fuera hijo de un obrero desempleado y no quisiera trabajar en el hórreo de Santiago? ¿Y si el hijo estuviera enfermo y quisiera entrar en la cola de la atención sanitaria? ¿Y si el hijo fuera un retornado y no pudiera vivir en Galicia con la pensión de América? Hombre, yo le diría que es un hijo como un hijo cualquiera pero, siendo hijo mío, yo le llamaría loco por haber escogido una profesión tan digna y típicamente gallega.
Dicen que es un gobierno austero y unido, muy concentrado en el desempleo que ronda el aeropuerto de Albedro. Por allí aterrizarán fuerzas leales para dar combate a una sociedad mendigante - no más a ingleses y franceses- compuesta por profesionales de la chatarra y furtivos obreros, esclavos de la necesidad mas antigua que fustiga la vida en cualquier rincón de la Tierra. Será un esfuerzo masivo con alta piromanía mediática, destinada a erradicar el hambre por inanición del músculo acostumbrado al trabajo. Habrá ofrenda floral en homenaje a los muertos del 36. En medio de fútiles discursos interpondrán arrotos de absoluto desprecio por los que sufren, en el 2010, sed, porque el agua les llega contaminada, y hambre porque el poder acecha desde el monumento a los fusilados  el intento de retirar de la naturaleza el sustento de familias pobres.
No fallece la ría porque 30 familias buscan en el fango lo que Dios ha querido que creciese para que el hombre comiese en momentos que aprieta el hambre. El hombre pobre, consciente de la sabiduría de la Naturaleza, su principal Dios, sabe cuidarla y lo hace en virtud de su propio interés. El hombre rico, postrado a la distancia con grandes binóculos, anfibios de la arrogancia, disimula el efecto contaminante de sus inversiones en la ría y les manda espinos encasquillados en el tambor de rosales trabucos, gardacostas armados para arrancar el aliento a hombres y mujeres gentiles, que otra cosa no tienen sino fe en la vida y hambre en el alma.
¡Como es poderoso el hambre cuando acosa el hombre! Un operativo especial, comandado por hilos entrelazados con lino de fuerte parafernalia y tecnología militar tuvo que huir de la rabia verbal de niños y mujeres, todos muy dispuestos a pagar con sus vidas el tributo exigido por lombrices intestinales.
El furtivismo es un poderoso aliado de la industria de la multa. En la contabilidad autonómica, las multas cuentan como ingresos potenciales que servirán de créditos para préstamos del gobierno. Que no se puedan pagar es un mero detalle. Si yo tuviera un hijo furtivo le daría papeles para que no lo fuere. Y si aun así tuviera hambre, de hinojos yo gritaría ¡Dios, perdonad a quien tanto tributo come y tato  impuesto bebe para vida y gloria de los papeles!